LA ORTODOXIA MASÓNICA
Sería fácil encontrar algunas irregularidades en el origen de todos
los Ritos practicados actualmente. Todo ello dista mucho de tener la
importancia que algunos han querido atribuirle, y que la verdadera
regularidad reside esencialmente en la ortodoxia masónica, que
consiste ante todo en seguir fielmente
la Tradición,
en conservar con cuidado los símbolos y las formas rituales que
expresan esta Tradición y que son como su ropaje, y en rechazar toda
innovación sospechosa de modernidad. Y es a propósito que empleamos
aquí la palabra modernidad, para designar esta tendencia demasiado
difundida que, en Masonería como en todas partes, se caracteriza por
el abuso de la crítica, el rechazo del simbolismo y la negación de
todo aquello que constituye
la Ciencia
esotérica y tradicional.
No obstante, no queremos decir con ello, que
la Masonería,
para ser ortodoxa, deba ceñirse a un formalismo estrecho, en que lo
ritual deba ser algo absolutamente inflexible, dentro de lo cual no se
pueda añadir ni suprimir nada sin hacerse acreedor de algún tipo de
sacrilegio; esto sería dar muestra de un dogmatismo que resulta del
todo extraño e incluso contrario al espíritu masónico. La Tradición
no excluye de ningún modo la evolución ni el progreso, los rituales
pueden y deben ser modificados todas las veces que sea necesario para
adaptarse a las condiciones variables del tiempo y del lugar pero,
bien entendido, únicamente en la medida en que estas modificaciones no
afecten a ningún aspecto esencial.
Lo lamentable es, sobre todo, tener que comprobar demasiado a menudo
en un gran número de Masones la ignorancia completa del simbolismo y
de su interpretación esotérica, el abandono de los estudios
iniciáticos sin los cuales el rito no es sino un cúmulo de ceremonias
vacías de sentido. En este sentido hoy en día hay, particularmente en
Francia e Italia, negligencias verdaderamente imperdonables; podemos
citar, por ejemplo, aquella que cometen los Maestros que renuncian a
llevar mandil. Algo más grave todavía es la supresión o la
simplificación exagerada de las pruebas iniciáticas y su reemplazo por
el enunciado de fórmulas casi insignificantes.
Sea como fuere, diremos solamente que el símbolo del G.·. A.·. D.·.
U.·. no es en absoluto la expresión de un dogma, y que, si se
comprende como es debido, puede ser aceptado por todos los Masones,
sin distinción de opiniones filosóficas, pues ello no implica en
absoluto el reconocimiento por su parte de un Dios cualquiera, como se
ha creído muy a menudo. Es lamentable que
la Masonería
francesa se haya equivocado a este respecto, pero es justo reconocer
que no ha hecho en esto más que compartir un error bastante general.
Si se consigue disipar esta confusión, todos los Masones comprenderán
que, en lugar de suprimir al G.·. A.·. D.·. U.·. es preciso, como dice
el H.·. Oswald Wirth, buscar el hacerse una idea racional, y tratarlo
de esta manera como a todos los demás símbolos iniciáticos.
Esperamos que llegará un día no muy lejano en que se establecerá el
acuerdo definitivo sobre los principios fundamentales de
la Masonería
y sobre los aspectos esenciales de la doctrina tradicional. Todas las
ramas de
la Masonería
universal volverán entonces a la verdadera ortodoxia, de la cual
algunas de ellas se han alejado un poco, y todas se unirán al fin para
trabajar en la realización de
la Gran Obra
que es el cumplimiento integral del Progreso en todos los dominios de
la actividad humana.
Extractado de. René Guénon, publicado originalmente en
La Gnose,
París, abril de 1910 y reeditado en
René Guénon, Estudios sobre
la Masonería y el Compañerazgo,
Madrid, 2009, pp.
453-456.
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